En diversas ocasiones, me tocó escuchar sesudas discusiones sobre la manera correcta de pasar la sal en la mesa. Lo anterior me llevó a documentarme al respecto, comenzando por el famoso manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño, siendo la referencia obligada porque los participantes en esas discusiones, solían citarlo como si lo hubieran redactado de la mano del famoso autor.
Como ya lo había mencionado en una entrega anterior, el manual de Carreño es anacrónico y está fuera de todo contexto social actual, e independientemente de su obsolescencia, no recuerdo que en ningún momento ni en ninguna sección mencionara algo sobre la manera correcta de pasar la sal en la mesa, aunque es posible que lo haya olvidado, en vista de que lo leí en 1998.
De cualquier manera, he indagado en otras referencias en búsqueda de mayor información al respecto. Es curioso que tampoco haya encontrado datos sobre ese particular, como si se tratara de un tema sin mayor importancia o como una indicación de que debo buscar aún más bibliografías.
Sin embargo, las indicaciones en otros temas de etiqueta, me han dado varios indicios sobre el asunto de la sal y enseguida expondré las conclusiones a las que he llegado.
Si se trata de una cena extremadamente formal y me refiero a una de esas que se presentan muy pocas veces en la vida de una persona común y corriente, con vestidos de gala y concurrencia internacional, donde se utiliza el set completo de cubiertos y copas junto con todo el protocolo, seguramente tendrás un salero y un pimentero individual, de tal suerte que no necesitarías pedirle ni pasarle nada a nadie. No obstante lo anterior y esta es la parte que me parece medular, en una evento de esta naturaleza, sin duda, los alimentos serán preparados por un gran chef, lo que implica que cada platillo está preparado al punto donde se supone que están exaltados al máximo, cada uno de los sabores, dando como resultado que si tú o algún otro comensal necesitara añadir sal a su comida, se estaría haciendo evidente - al menos ante los ojos del público- que tienen paladar de carretonero.
En general, al comer en cualquier lugar donde se sirva comida gourmet, es innecesario - si quieres evitar ser señalado como naco - añadir sal a los alimentos, por las razones expuestas en el párrafo anterior, salvo claro, que el chef haya faltado ese día y en una emergencia, haya preparado la comida el taquero de la esquina. Sería como pedir chiles toreados y unas tortillas para acompañar el sushi ¿no?
Si a ti te ha quedado claro el punto anterior pero el idiota de a lado insiste en ser imprudente pidiendo que pases la sal, quizá sea buena idea que lo voltees a ver con cara de ¿le vas a poner sal maldito naco? y le preguntes ¿no le parece que el chef ha hecho un excelente trabajo?
Ahora que si estás en un ambiente más bien informal, la peor situación que puedes enfrentar es que alguien ridículamente supersticioso te pida que pases la sal y ante dicha situación, lo mejor sería preguntar si le incomoda recibirla en la mano o directamente ponerla a su alcance pero sobre la mesa.
Claro que si el supersticioso eres tú, recuerda que es absurdo creer que el cloruro de sodio tiene poderes sobrenaturales que logren transferir la mala suerte de una persona a otra. Esa leyenda de la sal tiene su origen en el tiempo en que ésta era usada como medio de intercambio - como dinero pues - y bajo esas circunstancias, tiene mucho sentido que fuera terriblemente mala idea tirar la sal, porque se echaría a perder buena parte de ella, siendo el equivalente a quemar billetes en nuestros tiempos.
Así es cómo veo yo esa situación de la sal en la mesa. Espero encontrar algo de razón en mis cavilaciones porque no ha sido poco el tiempo que he invertido en leer sobre temas de etiqueta y aún si fueran carentes de sentido mis argumentos, me tendría un poco sin cuidado, en vista de que hay muchas cosas rescatables en la etiqueta pero otras son verdaderas y francas estupideces.
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